viernes, 22 de octubre de 2010

BEIJING CIUDAD PROHIBIDA

MIERCOLES 13
Salimos con un plan de ruta, Ciudad Prohibida y conocer un poco el barrio, así que mapa en mano y de nuevo a patón arrancamos. El barrio es tranqui y está muy cerca del centro centro, unas 7 cuadras mas o menos, caminamos por calles anchas llenas de negocios de todo tipo y después de andar unos 50 minutos llegamos a una puerta lateral de la ciudad Prohibida.  En la puerta nos encaró un muchacho chino con una motito carrozada y nos ofreció llevarnos a pasear por los Hutongs que rodean la ciudad de los emperadores, sitio tradicional en el centro, gran regateo por el precio, acá todo es así, se debe regatear siempre y cuando uno termina pagando un tercio de lo que piden de inicio siente que así y todo, te embocaron.
EL CONDUCTOR DE LA MOTITO CARROZADA
VISTA DE LOS HUTONGS
Pero por una módica suma recorrimos por una hora los pasajes estrechos llenos de casas, mini negocios, olores diferentes, digo aromas por las comidas no hedores por suciedad y satisfechos arrancamos para el recinto prohibido.
Había dos opciones audio guía o un chino que explique, de nuevo regateo y después de que cerramos el precio Mickel asi se hizo llamar, nos llevó por los antiguos aposentos de emperador.
La Ciudad Prohibida era la antigua residencia de los emperadores y sus esposas y concubinas. 
ENTRADA AL PATIO CENTRAL DEL PALACIO
Es una sucesión de palacetes alineados, separados por enormes patios y aposentos laterales, para las diferentes funciones del emperador, sus esposas, concubinas, asistentes, soldados, y demás personajes de la historia. El palacio tenía 9.999 cuartos y medio, porque él decía que dios debía tener en el cielo 10.000 cuartos, y él entonces tenía que tener menos que dios. 

PATIO CENTRAL Y UNO DE LOS PALACIOS
DETALLE DEL LEON DEL FRENTE
Estaba la sala de audiencias (un palacio), la sala donde el emperador se cambiaba (otro palacio), más atrás los aposentos, muchos, uno donde dormía él (no siempre en el mismo), otros donde dormían los que se hacían pasar por él. Nos contaron que el emperador siempre tenía miedo que lo asesinaran, por eso dormía siempre en lugares diferentes. Por el mismo motivo los patios no tenían árboles, para no interferir con la visión, así como de la salas donde él trabajaba (varias) delante del trono, en el techo había una gran bola de metal, que en caso de peligro, se accionaba para caer sobre la cabeza del presunto atacante.
Un tema aparte son sus esposas y concubinas. Tenían varias esposas y alrededor de 3000 concubinas. Las niñas ingresaban al palacio a los 13 años como candidatas a concubinas, y tenían que demostrar sus cualidades, particularmente en la danza y el canto, si al emperador le gustaba, la tomaba como concubina. Muchas de ellas nunca llegaban a verlo al emperador. Todas ellas vivían en un sector del palacio, cuidadas por eunucos. El ejército tenía prohibido el acceso allí. Se saben de muchas historias de celos entre las mujeres, así como de celos por sus hijos, posibles sucesores del emperador, por lo que solía haber asesinatos de chicas o hijos.
El emperador cada noche elegía con quien quería dormir. Pero si quería dormir con más de una, éstas esperaban en unas antesalas que tenía el dormitorio. Cuando finalmente el señor estaba satisfecho, despachaba a la última y dormía solo.
El común denominador de todo es la fastuosidad y el lujo, pero un lujo oriental, maderas finamente decoradas, cielos rasos también de madera decorada, techos pagoda de tejas de cerámica, todo muy espacioso. Si bien se ven oropeles s diferencia de los palacios rusos, domina la policromía más que las láminas de oro y la fastuosidad está dada por los espacios y los entornos más que por el porte de los edificios. Pero un detalle particular, en la Ciudad Prohibida no había baños. Se consideraba un lugar puro, por lo que se hacían las necesidades en unos soreteros de porcelana, que después el despachador imperial llevaba fuera de las murallas de la ciudad. Nuevamente nos sorprendió la cantidad de chinos visitando el sitio, en familia con chicos, que permite suponer que se interesan en su pasado.
Finalmente salimos apabullados por tanto despliegue, y Mickel nos propuso cruzar a los jardines donde el emperador solía pasear en verano y tomar un té. Por supuesto nos hicieron el cuento del té del emperador y nos vendieron una cajita. Cabe aclarar que tanto la ceremonia de degustación del té como la chinita que la hacía eran exquisitas. Y como además seguimos con más de 25 grados, nos vino bien un descansito a la sombra. 

JARDINES DEL PALACIO
Paseamos por los jardines donde hay un cerro artificial que fue un capricho del imperator y bordeando el foso repleto de lanzas y estacas puntudas bajo el agua por si a alguien se le ocurría saltar al agua, caminamos bajo la sombra de unos árboles. Paramos en un bolichito donde comimos entre los locales unos ravioles llamados “dumpling”, con el tentempié en la panza seguimos, un toque por la plaza y subte de por medio nos lanzamos a la aventura de conocer el mercado de la seda. Nos sorprendió además en la plaza el control para acceder, igual que el que hay en los subtes, pasan todos los bolsos, carteras y paquetes por la máquina de rayos.
El mercado de la seda es un lugar famoso en la ciudad por ser el lugar donde se concentra la mayor cantidad de vendedores de marcas de ropa y otras cosas, algunas autenticas y otras legalmente truchas, es decir no pretenden vender nada como original, venden copias legalmente pero solo en ese mercado.
Fuimos con la idea de conocer, el lugar parece la torre de Babel, las vendedoras hablan en el idioma de tu cara, el que te imagines, de repente te encontrás con que entienden lo que hablas a medias palabras, pero pasa un ruso y le hablan, pasa un francés y le hablan también. Con dulzura pero con insistencia te tratan de vender lo que sea, para eso te hacen sentir un ídolo, te agarran, te sonríen, te suplican que les compres y si uno se detiene, casi es imposible no comprar, empieza el juego del regateo que puede llegar desde un tercio del precio original hasta un 15% del mismo, así que uno compra siempre contento, pero convencido que podía haber bajado más el precio. Bueno paramos, compramos, así que, cargados de bolsas y bolsitas volvimos al hotel a comer unos pancitos con fiambre para creernos que ahorrábamos por lo gastado.